Freitag, 3. August 2012

Aprovecha ahora

Fin de semana en Madrid. Finde de reencuentros y de lecciones comprimidas acerca del paso del tiempo y de la importancia de vivir la vida que nos ha tocado. Los españoles hablan, mucho, en todas partes y con todo el mundo. Y dan consejos gratis, eso también ;-). Anoche, en una tetería, dos parejas de moteros se sentaron muy cerquita, a nuestra izquierda. Enseguida subieron la voz, no sabía por qué. Luego oí el conocido tópico: “Es que aquí no pegamos”, “Somos unos carcas”, “Pues yo no me siento tan mayor”, “A mí son los hijos los que me dan años”... y todo eso que siempre se repite en estas situaciones. Ante el comentario: “Y vosotras, ¿cuántos nos echáis?”, a mi prima y a mí no nos resultó difícil de averiguar que estaban por encima de los 30 y pico, y acertar quiénes eran los más jóvenes y quiénes estaban ya cerca de los 40. Después de la charla, el consejo gratis fue: “Disfruta ahora. Los 30 también están bien. En realidad, hay que vivir siempre cada momento”. (Nunca viene mal que nos recuerden algo tan básico, pero todavía es mejor si me dicen ahora, a mí, ;-) que disfrute los 20, que los 30 ya llegarán!) Esto encajaba en las situaciones que se dieron después: en 2 días he sabido de al menos 5 personas de mi familia –política– que, entre los 40 y pico y los 50 y pico se fueron con el cáncer. En unos años sin pasar por Madrid, me entero de que, así, de repente, habían caído como moscas, sin tener ninguna opción. Iba con esto en la cabeza, extrapolándolo a mi vida en Colonia, a mi momento vital, a las decisiones que he tomado y que estoy tomando continuamente, cuando, obligadas por la verja del metro que se nos cerraba ante nosotras, cogimos un taxi. Lavapiés, mucha movida a aquellas horas de un sábado por la noche, una mujer taxista, pitillo en mano cuando subimos al coche, con cara de buena mujer y más aspecto de una madre que de taxista nocturna de zonas “picantes” de Madrid. Me extrañó. Mi prima y yo charlábamos sin parar. Ella quería hablar. Así que empezó con la frase: “Los médicos me han dicho que me voy a morir, y yo sé que debería dejarlo, pero como sé que me voy a morir, pues más lo hago. Esta mañana me han dicho que me harán una biopsia de lengua, que tiene mala pinta. Tengo seis hijos. Estoy echa polvo, tenía que hablar con alguien”. Ahora, en el vuelo de vuelta, se me posan de vez en cuando unas manitas de un niño español sonriente que se ha hecho amigo del vecinito rubito de al lado. A derecha e izquierda está lleno de niños que encandilan al personal del avión. En dos días unos y otros me han hecho volver a percatarme de este “negocio” en el que estamos metidos: unos amiguitos con mucha experiencia pasan a otra fase y, al mismo tiempo, otros amiguitos llegan, con muchas posibilidades bajo el brazo, como en un ciclo perfecto, en un fluir permanente. El vecinito, chupa en boca y ojos rasgados sonrientes, me fascina: “¿Será él uno de esos amiguitos que se fue con el cáncer y que ahora viene como alemán a vivir otras cosas en el país de Merkel?” “¿Será que una vez le tocó ser mediterráneo y otra del Norte para saber lo que es cada cosa?” Me gusta el sentimiento. Lo retengo. Me da confianza en este ciclo perfecto. Nadie se va. Hay muchos que llegan...