Sonntag, 24. Juni 2012

Padres ligones

Últimamente he observado un fenómeno curioso: en reuniones con amigos, en lugar de hablar de los hijos (muchos tienen ya, pero otros no), hablamos de nuestros padres. Somos todos hijos de una generación de padres jóvenes que antes de los 25 ya se habían casado y, por supuesto, ya nos habían tenido. Ahora esta generación ronda los 50 y pico, algunos tienen 60 y pocos. Y como la vida es muy larga y da muchas vueltas (esta es la frase preferida de una amiga madrileña), se separan, descubren esto de las redes sociales y las páginas de búsqueda de pareja en Internet y empiezan una “nueva vida”. Nosotros hace ya tiempo que salimos de casa, ya no tienen que prepararnos el bocadillo para el cole o pasarnos el dinero de la semana. Entonces, poco a poco, observan qué tipo de vida llevan, evalúan su grado de satisfacción, la falta de necesidad de permanecer juntos para toda la vida (30 años casados, ya les vale), se sienten bien, jóvenes y capaces, y deciden emprender otro camino. Todo eso está muy bien, es comprensible para nosotros, que nos planteamos incluso si será posible estar incluso más de 5 años juntos, si queremos casarnos y, por supuesto, si llegaremos a cumplir las bodas de plata o de oro juntos. (Palabras sabias de mi buen amigo David a las 2 de la mañana en un parque colonés después de haber celebrado 10 años de casado. Él se siente un auténtico veterano). Lo que ocurre es que cuando empiezas a ver a tu padre o a tu madre enganchados al wassap, comprando camisas de cuadros modernas, dejándose una barba de 3 días o luciendo el esplendor de sus curvas de 60 para salir un sábado por la noche con la nueva conquista... ¡Se te camba la peluca! Nosotros nos lo contamos ante un café porque no deja de ser divertido, curioso y extraño al mismo tiempo. ¿Qué le dices a tu madre cuando viene con el smartphone y la foto del guapetón canoso del último finde? ¿Cómo explicarle a un recién jubilado cómo dar el primer beso con lengua después de tantos años con la misma mujer? ¿Cómo encajar el revoloteo hormonal en el que los ves? Algunos se ríen y se mantienen al margen. Otros se escandalizan y no se acostumbran a la nueva pareja. Otros descubren una nueva intimidad y un casi un acercamiento vital con sus progenitores, cuando se comentan las novedades del fin de semana. Otros se preocupan sin saber muy bien cómo prevenir a sus padres de un rollete que no parece el adecuado. En cualquier caso... No deja de ser un cambio generacional. La sociedad postindustrial no se rige por las reglas que dicta el estado, o por la necesidad de mantener una relación de pareja estable, la mujer se ha independizado, la Iglesia no tiene el mismo papel de antes. ¿Qué pasará en unos años? ¿Viviremos en pisos compartidos a partir de los 60 y tendremos “amigos de la vida” con los que compartir nuestras experiencias, pero que no tienen por qué ser nuestra pareja estables? ¿Cuántos novios tendrán aún nuestros padres?