Así que una que tiene una carita de no haber roto nunca un plato, va por el mundo con su carnet de estudiante español, y como ahora somos tan globalizados y tan guays, pues entra gratis a la Acrópolis de Atenas como estudiante a sus 30 añitos. ¡Fantástico, entrar gratis en un sitio!
Pero claro, por algún lado nos tenían que coger a los bajitos con cara de jóvenes. En la entrada, una señora seca me preguntó: “Sí, estudiante, vale pero, ¿eres menor de 30?”. Y con eso acabó mi jolgorio: el día después de mi 31º cumpleaños ya me hacían pagar las tasas completas. Intenté ablandar a la Frau-aburrida-de-la-entrada buscando su piedad: “Ayer fue mi cumpleaños...” (¿Podría usted regalarme la entrada gratis a la biblioteca por mi cumple? Mire que es mi primer día con más de 30, es un momento emocional delicado, ya sabe, porfiiii...”). Pero esa mujer-más-seca-que-un-bizcocho-de-Teror no había leído este blog, o hacía mucho que había cumplido los 50, y mi carita de pena, desconsuelo o cruda aceptación le debieron importar un pepino.
Y ahí fue cuando pensé: “¿Para qué tantas cremitas, tanto intentar parecer más joven si, en realidad, no se pueden esconder ni los números, ni escapar de la realidad? Tienes 31 y se acabó lo que se daba”.
Y no sé bien por qué, pero me cambió el ánimo. Por pagar 23 € por hacerme socia de una biblio pública (si es pública, ¿por qué pagar tanto?), por no poder cambiar la fecha del carnet por un par días antes, por tener que admitir que es verdad, que vamos todos “pa'arriba”.
Me consuelo con la idea de que hace unos meses no me dejaron entrar a un bar por no tener el carnet encima y no creer que hacía ya 12 años que había pasado de los 18. ¡Eso sí que fue un cumplido! Tuvimos que cambiar de bar...
Y tú, ¿estiras también tus carnés?