Freitag, 26. März 2010

Perdida en el escote

Creo que en los últimos años me he dicho muchas veces a mí misma la frase: “Pero, yo creía que...” seguida de alguna antigua afirmación que se me venía abajo o algún concepto que perdía su validez. Creo que, en realidad, en eso consiste “hacerse mayor”: en una evolución continua de las ideas que se tenían antes debido al contraste con las nuevas que van apareciendo y que uno debe integrar.
Colonia es una ciudad de contrastes y de sorpresas. El domingo, en el “brunch” de una amiga que se celebraba su cumpleaños, volví a constatar que uno debe esperarse cualquier cosa. Allí, en una esquinita de la cocina, encontré a una chica encantadora con la que hablé de todo. Empezamos con el tema de la universidad, nuestros estudios, los contratos, las tesis, los planes, y acabamos haciendo un repaso importante a temas que muchos treintañeros tenemos en la cabeza. Yo notaba que de vez en cuando se le bajaba la vista, que miraba a algún punto situado entre mi barbilla, mis hombros y la cintura. Extrañada, intentaba mirarme disimuladamente: “¿Tendría alguna mancha?”, “¿Pasaba algo?”. Esas cosas que a uno se le pasan por la cabeza cuando tu interlocutor mira insistentemente a un punto determinado de tu cuerpo.
Cuando se fue de la fiesta, nos despedimos con la promesa de vernos pronto. “¡Qué agradable!" pensé, contenta de haber pasado aquel rato juntas. En el baño, ante el espejo, supe qué es lo que había pasado: se le había perdido la mirada en la rendija de mi escote, que era normalito, pero primaveral para este país del Norte. “¿Qué estaría buscando allí?”.
Desde que vivo aquí, hablo con mis amigas y compañeras sobre alumnas que son guapísimas y con amigos dulces y suaves sobre chicos atractivos que pasan por delante de nosotros en la piscina. Tras una fase de descubrimiento en la que uno se pregunta sobre los gustos del nuevo conocido, uno ya se acostumbra. Lo que pasa es que en muchas ocasiones pasan meses e inclusos años en los que uno no sabe dónde encajar al otro.
“Yo creía que...”.

Samstag, 20. März 2010

Risas

Estaba al final del aula, intentando esconderme detrás de Adrian, el alumno italiano / alemán que se hace llamar “Adrian Amor”. En la pizarra, dos alumnas exponían el tema de los hoteles y los viajes e intentaban convencernos de ir a su hotel, con “baños duros, piletas y 280 habitasionos, en New Yorko”. La chica se lo tomaba muy en serio, pero el resto no parábamos de reír pensando en el atractivo de unos “baños duros (turcos!) en New Yorko”. El ambiente relajado continuó cuando los dos alumnos siguientes escenificaron un role play en un restaurante y pidieron toda suerte de platos “curiosos”: dos juevos con una salchicha, vino de Gran Canaria o tiramisú con crema de Barcelona de postre". En ese momento ya Adrian no me bastaba para disimular las lágrimas que la risa comunitaria me producía.
Así que lo que parecía ser día eterno de clase terminó siendo un día refrescante y divertido que me cargó las pilas y me dio ganas de seguir gastando bromas a la gente que me encontraba. En la bici, como siempre, me preguntaba por qué cuando salgo de marcha alguna noche durante el fin de semana y conozco a gente nueva, o salgo con amigos y conocidos de, digamos, el rango de los 34-40, el tono vital con el que vuelvo a casa es otro. No es que ahora quiera ir de “joven y guay” por la vida, pero la actitud general que mis alumnos tienen a los 20 y pico no es la de otros a los 30 y largos. ¿Por qué?

¿Será que tengo unos alumnos estupendos? ;-) ¿Será que me encanta sentir de nuevo que estoy en esa adolescencia hormonal en la que ellos están?

Investigando sobre psicología evolutiva he descubierto algunos datos curiosos que demuestran mi teoría casera de que a los 25 el humor es diferente de a los 38:
-Parece ser que las personas alcanzamos “la madurez” en la risa a los 14 años, momento en el que el humor y los músculos que se activan durante la risa están totalmente formados.
-Si un niño promedio se ríe 300 veces la día y un adulto entre 15 y 100, estamos ante una importante disminución de los momentos de humor a lo largo de las primeras décadas de vida.

Ser adulto se está pareciendo a “ser serio” y “tomarse las cosas con seriedad”.
Qué bueno cuando a veces me recuerdan lo que es ser un niño.

Dienstag, 16. März 2010

Cuestión de pulsaciones

A los 12 llegó el director del colegio a clase con una noticia: el cabildo de Canarias había organizado un viaje a una granja escuela en Asturias. Se trataba de cuidar a los animales, aprender cestería, a hacer queso con la leche de las vacas que ordeñábamos nosotros, hacer senderismo y conocer los monumentos de la zona al tiempo que convivíamos adolescentes de toda España. Enseguida quise ir, enseguida pedí a mi madre el apoyo económico para poder hacer el viaje. Meses antes, la expectación era brutal: sólo hablaba de eso, pensaba en eso, soñaba con lo que allí vería y haría. "¡Mi primer viaje sola!" Tenía miedo, tenía ganas, estaba insegura, pero quería ir.
El año siguiente tocó encuentro de jóvenes en Barcelona, visita a las recién creadas instalaciones olímpicas, paseos por la ciudad condal y más convivencia con jóvenes de mi edad. Recordar las sensaciones de aquella Semana Santa, el curso de bailes de salón con mi bajito compañero Ian, la autoestima inestable de los 13 años y el impacto que me causó pasear por las callejuelas del Barrio Gótico, me causan escalofríos y me hacen sonreír aún hoy cuando pienso en aquellos días.
Después de estas dos aventuras, muchos viajes. Muchos sola, la mayoría con la intención de encontrar a amigos o de instalarme en una nueva ciudad. Poco a poco, el nerviosismo fue disminuyendo y fue instalándose un aplomo y una capacidad de salir airosa, que en aquel entonces no me hubiera imaginado.
Ese miedo atroz a lo desconocido, esa inseguridad ante la pregunta de si podría salir adelante cuando me quedaba sin maletas en algún puerto lejano o los muchos ratos de soledad que una vive cuando viaja durante días hasta llegar a la meta final, han desaparecido. Estoy segura de que son los treinta y un cierto rodaje, los que en situaciones nuevas en las que es preciso actuar rápido e intuir si el tailandés del tuc-tuc te quiere cobrar el doble por el trayecto, te hacen contestar con firmeza y pedir lo que tú consideras aceptable.
Será por la globalización, será por la inquietud de una, será por los treinta -que un poco más de aplomo sí que dan- pero siento que Europa se nos va quedando a todos pequeña y que los viajes están a la orden del día.

Donnerstag, 4. März 2010

¡Quiero ligar!

Escribo esta semana dos posts, porque la verdad es que en las últimas semanas de tanto viaje y de hablar con gente de muchos sitios he escuchado de todo. De repente parece que todos mis amigos, sobre todo los que ya pasan los 30 y, además tienen pareja, no paran de repetirme esta frase. ¡Me apetece ligar! Ellos no lo saben, ¡pero yo la oigo cada día, y suele ser siempre de alguien diferente!
Así que me pregunté primero: ¿Pero qué significa “ligar”? ¿Hasta dónde llega uno “ligando”? ¿Es hablar, coquetear, mover las pestañas mucho para llamar la atención del otro, fanfarronear de lo geniales que somos, o implica más? La cosa es que no sólo he oído esta frase bastante a menudo últimamente, sino que he intentado despertar el debate con ella, porque la situación me llamaba la atención.
Unos la llaman “midlife crisis”, otros, los españoles, la “crisis de los 40”. ¿¿Pero es que la pubertad nos alborota, no salimos de la adolescencia complicada para pasar por la juventud eterna y meternos en la crisis de los 40 ya a los 30 o qué?? Pues estamos apañados.
Luego está la teoría de que “son las hormonas, es que los hombres lo necesitamos más”. Creo que la base biológica podría explicar muchas cosas, es cierto, pero no sé yo si lo explica todo... ¿Y las mujeres no sienten esa llamada de la naturaleza, “hemos nacido para ser mamás” o nuestras hormonas no funcionan así? No sé, la verdad. Me parecen todas respuesta un poco superficiales.
Lo único que sí he podido observar en muchos casos es una falta de confirmación externa, de saber que aún “estás en el mercado”, que aún eres interesante para el otro sexo, además de una cierta infelicidad con la pareja o una cierta tristeza cuando uno recuerda tiempos pasados, entre otros factores para lanzarse al mundo “a ligar”.
Me sentía a un tiempo curiosa y triste cada vez que oía esta frase. Curiosa por saber por qué, triste porque me sentía parte de un secreto que no quería saber, que prefería ignorar de alguna forma. Pero es que en mi caso, eso de ganas de ligar, ligar... Más bien han disminuido, y creo que por aburrimiento. Después de un tiempo ya has oído muchas veces el mismo cuento y te has oído muchas veces contando las mismas historias. Ahora prefiero una buena conversación con un amigo que las boberías pasajeras.

Dienstag, 2. März 2010

Diario de cambios

Poco antes de que mi amiga francesa Karin iniciara un viaje alrededor del mundo, me contó que siempre había tenido el sueño de escribir una especie de libro-diario en el que pudiera ir escribiendo lo que le estaba pasando y lo que estaba aprendiendo para dejárselo a sus hijos cuando crecieran. Tal y como yo lo entendí, no se trataba de un mero diario de acontecimientos, sino de experiencias / consejos, y de cómo ella había actuado después y el aprendizaje que había obtenido de ellas.
La idea me gustó: ¡Qué increíble hubiera podido ser tener una serie de relatos de mi madre con los pensamientos que la acompañaban en cada momento y con cómo ella reaccionó! Aunque aún estoy a tiempo de preguntar directamente, creo que los recuerdos sufren un proceso de evolución y se trastocan con el paso del tiempo y nuestra perspectiva actual. Por eso Karin quería cogerlos al vuelo, in situ, y escribirlos, para que no se le escaparan.
Eso fue hace más de 2 años, pero pienso a menudo en ese comentario. No tengo hijos, no sé si los tendré, pero sí tengo experiencias que compartir, y muchas! ;-) Y como a veces los hijos nos vamos pronto de casa y tiramos por sitios y con gente que pueden estar lejos, a veces pienso que me encantaría que supieran por qué hice lo que hice o actué como actué en algunos momentos.
Podría ser genial conocer cómo era tu madre a los 17, 25 ó 32, cuando tenía tu edad, cuando se preguntaba lo mismo que tú, ¿no crees? Aunque sólo sea por curiosidad... Pues creo que luego los hijos, aunque tengamos a los padres muy a mano, a veces no nos atrevemos a preguntar...