Samstag, 26. Dezember 2009

Nombres sexy

Hace unos días llegué pronto al gimnasio y me dio por mirar el programa de cursos para el día. Justo al lado están las fotos y los nombres de los entrenadores, y curioseé con la idea saber un poco más sobre los que llevo viendo 5 años rondando por allí. Entre otros me fijé en Julian, el musculoso de acuaerobic que tiene a sus más de 35 seguidoras envelesadas mirándole desde el agua y soñando con tener el equivalente a su cuerpo en femenino. Cada vez que veo la estampa desde el otro lado de la piscina no puedo evitar sonreír para mis adentros, pues a mí no me vende la moto: hace falta algo proteínico y no sólo ballet señorial acuático para tener cada centímetro del cuerpo así de desarrollado ;-)

Al grano: el caso es que de pronto supe que el que alimenta los deseos de muchas se llama Julian. Sí, J-U-L-I-A-N. Suena precioso, ¿no crees? Para mí suena a algo pre púber, suena a angelito con alas, a monitor de aerobic majete. Y, de repente, de camino al probador, me vino la revelación de la vida a la cabeza: prácticamente todos mis amores reales -y muchos platónicos- tenían un nombre que empezaba con esa letra o que contenían el sonido /x/. Sí, ese que los estudiantes de español tienen trabado en la lengua, pues entre la /d3/ inglesa y alemana y las dos grafías (g y j) para el mismo sonido en español, no me canso de hacer gárgaras en clase: ¡JJJJJJJJJJJJJJ, chicos! (Sin mucho resultado, todo hay que decirlo).

Así que en los primeros largos en la piscina revisé en mi memoria si era cierto: los Jorges, Juanpe, Joaquín, Juanlu, Jose Carlos, el joven Alejandro, Julio, Jose María, John, Javi... ¿Y qué me dicen de Jordi o Jaume? Incluso el bueno de Achim, que para los novatos se pronuncia tal “ají” español: “Ajim”. En Alemania están, además, los Jens, Jan, Jörg, Jörn... No sé que tiene la jota, que suena como música sexy y celestial en mi subconsciente. Enseguida imagino a un hombre de metro ochenta, fuerte y con mandíbulas desarrolladas que tiene también algo de adolescente eterno. Hmmm...

Pero es que aún hay más: de niña los fines de semana me levantaba por las mañanas temprano y me envolvía en una manta en el suelo del salón, e iba leyendo con el dedito las líneas del primer libro de lectura de mi vida. Así descubrí a Borja. Como canaria, me fascinaba, me maravillaba que alguien pudiera tener un nombre tan perfecto, con tanta unidad, tan “redondo”. Y recuerdo preguntarle a mi madre, extrañada. “¿Por qué se llama así?, ¿Por qué no hay Borjas en San Mateo (pueblito del centro de Gran Canaria, unos 5.000 habitantes por aquel entonces)?” Mi madre se encogía de hombros mientras yo le ponía cara y voz a mi nuevo amigo idealizado.

El otro día lo comentaba con Jose, el argentino de las ideas ocurrentes con quien se puede hablar de todo, y se apresuró a contestar, sonriente por un ron de más: “¡Cuidado, Sarita, que creo que no hace falta que te recuerde por qué letra empieza mi nombre!”

¡He resuelto otro enigma!: en realidad, no son los chicos los que tienen tirón, sino su nombre. ¡Qué sencillo! Ya no necesito hablar con las chicas del 4 de enero para que me asesoren. ;-)

Y a ti, ¿te pasa algo parecido? ¿Te has fijado en las coincidencias? ¿Se parecen en algo los nombres de tus ex?

Freitag, 18. Dezember 2009

Der Traumprinz o el Príncipe Azul

Desde hace años un grupito de amigas y yo nos reunimos en Tenerife el 4 de enero para vernos, hacer balance del año y comentar en voz alta los deseos para el año que viene. Somos todas canarias pero vivimos lejos, y lo que empezó siendo un reencuentro de viejas montañeras en la isla vacacional se ha convertido en un ritual al estilo de “Sex and the City”, pero más real.

Y, para qué nos vamos a engañar, después de casi 24 horas juntas de cháchara muchas veces nos damos cuenta de que el 70... digamos el 80 % del tiempo estuvimos hablando de chicos, hombres, relaciones... Llámenlo como quieran.

Lo gracioso es que si estamos las 4, a veces intentamos recordar los nombres de los protagonistas de las aventuras del año anterior de las otras, con lo cual acabamos buscando apodos: “el italiano”, "el pianista”, “el argentino”, “el místico”, “el alemán”. Resulta gracioso saber la forma que ese personaje se había ido creando a lo largo del año en las mentes de las otras, y al comentarlo siempre llegamos a la conclusión de que “bien está lo que bien acaba”. También se oye a menudo eso de: “Ese no era bueno para ti, te daba muchos quebraderos de cabeza” o “sólo era un lío del Erasmus”, “no vale la pena estar con chulos”, “ya aparecerá el que está para ti”, “sí, claro, te daba tranquilidad y estabilidad, pero te sentías apagada y triste” y tantos otros.

El caso es que ya he perdido la cuenta de los 4 de Enero que hemos celebrado esta singular tertulia, pero la conclusión es casi siempre la misma: “algún día llegará la persona que está para ti”. Las que en ese momento tenemos pareja también comentamos nuestras cosas, los asuntillos de la rutina, de la “vida conyugal”. A veces me asombra sentir un regusto casi imperceptible de desilusión en las palabras de todas. ¿No será porque tenemos estándares muy altos? ¿No será porque hemos crecido con una idea equivocada del hombre ideal? ¿Por qué tendemos a minusvalorar, al cabo de algunos años de relación, al que se levanta con nosotras cada mañana? ¿En qué momento empezamos a suspirar por el “verdadero príncipe azul”? ¿Les ocurre a todas?

Digamos que si mezclamos un poquito de Mac Gyver, la Bestia, Tarzán, Mike del coche Fantástico, Miguel Induráin o M.A. del equipo A y lo aderezamos con la voz Alejandro Sanz, nos daremos cuenta de que, efectivamente, el héroe de los '80 es, hoy por hoy, difícil de encontrar.

Freitag, 11. Dezember 2009

Ya no importa

El otro día me preguntó una ex alumna que si me había sentido mal o si había sentido algo especial al cumplir 30. “¿Cómo fue?”, me preguntó con sus ojos chispeantes. “¿Hiciste algo especial?”. Me quedé pensando. En realidad, no fueron los 30, no fue ese día, no fue un momento concreto. Creo que, como en todo, los cambios se van fraguando, se van viendo venir, se “huelen”, hasta que un buen día, ¡zas!, están ante ti. Y forman parte de ti.

Una vez me dijo mi madre algo bonito, algo que había observado en sus hijas y en los niños del colegio, (que después de 30 años de servicio son más de unos pocos). Parece que antes de echar andar estamos, para desesperación de algunos padres, medio perdiendo el tiempo, jugando, haciendo como si no fuéramos a dar el primer paso, como si no nos decidiéramos. Y un día, de buenas a primeras, nos sentimos preparados, nos ponemos de pie y empezamos solos a dar pasitos, cuando nuestras madres hubieran pensado que podría haber sido antes. De alguna manera, fue en el momento preciso y en el lugar indicado.
Lo mismo ocurre en la pubertad, cuando parece que todos a tu alrededor ya han cambiado la voz, tienen pelitos en ciertas partes o usan sujetador y en tu cuerpo parece que no pasa nada. A la vuelta de unas vacaciones de verano, el vecino de pupitre es un joven larguirucho que ya no juega a la cogida en el descanso y a los demás nos parece que todo hubiera pasado de la noche a la mañana.
Pero no. Esos pequeños cambios se van fraguando poco a poco, cada día, con cada hormona, con cada pequeña experiencia, con cada vaso de leche que nos hará crecer un poquito más.
Esta vez sentí que a mí me había pasado lo mismo. De los 27 a los 29 puse a prueba todos los pilares de mi vida, aunque yo creía que eran ellos los que lo hacían solos. Y en ese proceso que me pareció interminable y en el que tenía la sensación de ser Mortadelo con dos interrogantes como patas, poco a poco los problemas se hicieron menores, los conflictos se difuminaron, las preguntas ya no me asaltaban, las piezas encajaban.

Ahora, muy poco tiempo después, me veo en situaciones que hace un año hubieran sido un problema y respiro aliviada: he comprendido algunas cosas de cómo funciona la siguiente etapa, me he reconciliado con algunos pasos que yo “suponía que todo el mundo tiene que dar alguna vez”, veo que hay cosas que no son tan malas y respiro tranquila, agradecida por el camino andado.

Sonntag, 6. Dezember 2009

“¡Estás estupenda!”

Recuerdo perfectamente aquel día de primavera. En Alemania empezaba a notarse la subida de temperaturas cuando en España seguro que hacía ya tiempo que calentaba el sol. Salía del dentista cirujano que me operaría en dos semanas: las muelas del juicio llevaban un tiempo dando la lata, había que sacarlas. En principio, nada fuera de lo normal. Pero recordé cuando de niña me iban saliendo y se me iban cayendo los otros dientes, los de leche, y de cuando oí hablar de las muelas del juicio. Eso lo tenían los mayores, y dolía mucho, eran unas muelas fuertes y resistentes que se tenían mucho más adentro. Eran “las del juicio”. Ahora me tocaba a mí, los de leche eran auténtica historia.

Como estaba por el centro, la tentación de H&M se hizo fuerte y entré. Era ese típico día en el que, alentada por las temperaturas, una se pregunta: “¿Y qué me pongo yo hoy? ¿Dónde estará la ropa de verano?” Entonces ves la tienda y entras. No sé si será culpa de la luz de nuestro baño, que te introduce en un increíble estado de tinieblas, o que hasta ahora no había querido darme cuenta, pero allí, entre esos espejos múltiples de los probadores de la marca sueca, tuve que pestañear varias veces para saber si ese pelo largo que me crecía justo por encima de las cejas era rubio o no. Con asombro descubrí, que no, que no lo era, (já!), sino que era blanco como los dientes aquellos de leche, y que no estaba solo, sino que eran un grupito. Salí a luz y los miré fijamente: sí, allí estaban, y sabía que se multiplicarían en los próximos años.

Sí, es verdad, son dos anécdotas sin mayor trascendencia, cosas por las que pasamos todos, pero algo de “ritual de entrada en la madurez” sí que tienen.

Eso fue hace unos 2 años. Desde entonces hasta ahora tengo unas cuantas cremas más que prometen resultados milagrosos, sé que la celulitis no es un mito, que a pesar de la inquietud vital que me caracteriza hay una larga serie de experiencias que ya he vivido, y ya menos cosas me hacen saltar de un brinco en busca de la próxima aventura.

Conclusión: a partir de ahora toca enfocar la estrategia de otra manera, no “desgastando” lo que se tiene, sino con un plan de ahorro a largo plazo, de mantenimiento sostenido, porque las cosas ya no se volverán más tersas, suaves y elásticas, sino lentamente más arrugadillas y canosas.