Sonntag, 24. Oktober 2010

Especial

Esta semana ha surgido en varias conversaciones el deseo subyacente de muchos de llegar a ser alguien “especial”, recordado por sus logros, “alcanzar algo en la vida”, ser realmente bueno en algo. Los que hablaban eran treintañeros que se habían topado con la realidad de una vida más bien “normal”. Y ante sus palabras me volvieron los pensamientos de los últimos años.
Nací la primera de mis hermanos, la primera de los nietos de mis abuelos paternos y de mi abuela materna. Mi apellido empieza con B, así que estaba destinada a ser la primera o segunda de la lista durante toda la escolaridad. Además, como era bastante empolloncilla, sacaba la mejor nota de la clase, o la segunda. En mi pueblo de 6.000 habitantes era alguien diferente y especial: al principio, porque mi madre era peninsular, “goda” (en Gran Canaria). Después, en Tenerife, porque era de Gran Canaria. El hecho es que siempre me sentí “diferente”, “especial”.
En el instituto era de las pocas del pueblo con padres divorciados y hermanastros (¡como la Cenicienta!), y además mi madre se casó con un suizo de ojos azules y acento canario, algo no tan normal.
El primer contacto con el anonimato llegó en la universidad. En Las Palmas cohabitan casi 400.000 personas; en Letras, donde yo estudiaba, éramos un buen puñado. Aunque los profesores enseguida conocían nuestros nombres y apellidos y yo seguía con mi disciplina estudiantil, me costó ser elegida para el premio fin de carrera y a veces me sentía perdida en la gran ciudad. Para mi abuela, con la que vivía, era una chica maravillosa (¿quién si no sabe eso mejor que tu abuela?), pero yo empezaba a darme cuenta de que para ser especial de verdad tenía que sobresalir aún más.
En la inmensidad francesa del Erasmus, la falta de contacto con la gente por la calle, el frío europeo y la impersonalidad de la segunda ciudad más grande de Francia me dieron el toque que me faltaba: ya NO ERA NADIE. De ser “alguien especial y diferente” había pasado a ser una extranjerilla bajita y chapurreante más. Pero aún faltaba lo peor: al llegar a Colonia desaparecí entre la masa, ME PERDÍ. Nadie sabía quién era, de dónde venía, no sabía hablar alemán, no tenía trabajo, mi abuela estaba a más de 4.500 km y vivía de los contactos sociales de mi pareja. Me sentía con muchos ceros a la izquierda a mis 25.
Ahora, 6 años después y varias generaciones de estudiantes más tarde, no lamento el anonimato, ni aquí, ni allá. Quizás no busco dejar huella por donde paso, en realidad disfruto el hecho de que no haya ningún alumno en la sauna o en el bar el sábado por la noche. Ahora he adoptado también la mirada bovina de los otros en el tranvía.
A veces es extraño saber y sentir que después de que te vayas de una facultad, vendrá otro profe detrás de ti, y que tu trabajo diario y tus esfuerzos se perderán en el vacío. En cualquier caso, ¿para qué ser estrella?, ¿para qué tanta fama o tanta “peculiaridad”?. Ahora me esfuerzo en hacer las cosas cada día lo mejor que puedo y con una actitud positiva y de respeto hacia los demás. Si me recuerdan o no, da igual. Para eso tengo el blog, ¡para despuntar! ;-)

2 Kommentare:

  1. Siento estropearte el invento, un post tan redondo... pero ¡SIGUES SIENDO ESPECIAL!

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  2. aquí una intrusa, que ha dado con tu blog por casualidad.
    Y me gusta
    Yo creo que es el deseo de ser reconocido y querido como ser único.
    Personalmente no me gusta llamar la atención, aunque reconozco que tampoco es agradable que me ignoren. Con saberme querida por ser como soy, me sobra y me basta
    Gracias por la reflexión

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