Montag, 13. Dezember 2010

Amigos del tren


Después de esos miles de días que llevo por aquí he descubierto un paralelismo que me parece fantástico: las personas de un tren y los amigos. Cuando te metes en un tren de esos de largo recorrido en un fin de semana de puente, nunca sabes qué puede pasar. Quizás la persona que está enfrente ni te mira, o se baja antes de que te puedas dar cuenta, quizás compartas algunas conversaciones o les leas cuentos a sus hijos y la ayudes a bajar el carrito, o quizás intercambies número de teléfono e email y te acompañe hasta la última estación.
Lo mejor de esto es que nunca se sabe. A veces un amigo te presenta a otro en un aparcamiento, así, de la forma más normal y anodina, y después resulta que es la persona con la que llevas 7 años compartiendo techo. Otras, la chica con la que te sentaste el primer día de clase de la universidad, que ahora es la madrina de tu hijo. O de pronto un alumno se convierte en alguien como de la familia. Pero también amistades que tenían madera de durar para siempre sucumben tras el más pequeño problema. A veces, los hijos son independientes y uno les pierde completamente de vista, a veces son otros los que hacen de padres.
Como en el tren: cuando subes, no sabes quién se bajará de forma desapercibida, quién será un compañero inolvidable, quién te amargará la vida con los ronquidos o quién sólo te sonreirá desde el otro asiento.
Este pensamiento me acompaña a menudo, incluso cada día. Es como si cada persona pudiera traerme algo, una noticia que me cambiará, un problema que me hará aprender, un nuevo punto de vista. No sé exactamente qué tipo de pasajero será, -de los anodinos o de los de papel estelar- así que mantengo los ojos abiertos, curiosa, atenta, porque sé que en cuanto haya cumplido su función se bajará en su estación y yo no le quiero dejar pasar así, sin más.

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