Freitag, 7. Mai 2010

Atrapada en el tiempo

Hace unos años, cuando aún vivía en casa con mis padres, los Reyes nos trajeron la película “Atrapado en el tiempo”, con Bill Murray y Andy Mc Dowell. Nos pusimos los 6 delante de la tele aquel día de invierno, mis padres dijeron: “Es una película muy recomendable”.
Un reportero de televisión americano va a Pensylvania a retransmitir cómo será el día de la marmota, pues según los lugareños, tal y como se encuentre el animal influirá en el desarrollo meteorológico del resto del año. En su vida las cosas no van bien, y al día siguiente al de la marmota, cuando despierta, es el mismo día, de nuevo el 2 de febrero. En la película el día se vuelve a repetir una y otra vez, cada día es el mismo día. Este reportero, Phil, prueba todo tipo de estrategias: se suicida, come lo que quiere, insulta a la gente, se queda en la cama todo el día... Da igual: todos los días son el 2 de febrero y él tiene que retransmitir la historia de la marmota una y otra vez.
Como Phil, he tenido muchas veces en los últimos 15 años la sensación de que todos los días son el 2 de febrero. Durante la carrera y muchos de los días de los muchos años, salía de casa esperando a que pasara algo que me cambiara, que me transformara, que me impactara. Pero nada, todos los días me levantaba, como cada mañana, como cada 2 de febrero.
Últimamente he recordado casi a diario la peli de Bill Murray. Aunque hace mucho que la vi, hay imágenes que me vienen a la mente cuando salgo esperando a que algo de fuera me diga cómo será mi día y, por ende, cómo será mi vida. Al final de la película, Phil consigue a la guapa Andy Mc Dowell: se da cuenta de que cada día puede dar un pasito más, y de que si lo aprovecha para avanzar hacia sus sueños, podrá quizás alcanzarlos, pues cada pasito se suma al anterior, aunque parezca que todos los días empieza siempre en el mismo punto.
Esta mañana de mayo llovía sin cesar. Las temperaturas han bajado 20 grados en pocos días, volvemos a estar en otoño. 8h de clases de español por delante, la bici cargada, capa, guantes, pantalones impermeables, ipod roto y muchos alumnos. Podía esperar a la marmota, como cada día de los últimos 30 años, o podía decidir que iba a ser yo la que decidiera el rumbo de mi día.
Volví a casa feliz con la estrategia: metí en cada hora toda la risa que pude, todo el ánimo de que era capaz, miré a los ojos a los que hablaban conmigo y volví a casa sabiendo que mañana no iba a ser de nuevo 2 de febrero.

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