Donnerstag, 3. Juni 2010

Sex and the City 2

La semana pasada tocó Sex and the City 2. La expectación general era grande, y aunque no soy muy devota del cine americano o del inaudito despliegue de vestuario que las 4 chicas nos hacen presenciar, allí me metí, y además en la fila 4. A pesar de la superficialidad y de lo manido de los tópicos, admito que me gustó ver en la pantalla grande algunos de los temas de este blog.
Al principio de la peli las chicas van a una boda de dos amigos homosexuales donde uno de ellos afirma: “Hoy me caso con X, pero tengo todas las puertas abiertas para conocer a hombres del mundo entero”. Ante esto varias responden asombradas: “¿Te casas para ser infiel?”. Los dos responden que ellos han llegado a ese acuerdo: no es que tengan que ser infieles, pero conocer a otros hombres está permitido en su relación.
Media hora después, el marido de Carry le comenta que por qué no disfrutar cada semana de 2 días libres. Mantienen todavía una segunda vivienda, y a lo mejor sería positivo que se tomaran esos dos días separados el uno del otro para escribir, leer y estar con las amigas (ella), o para estar en el sofá, ver la tele y disfrutar de estar solo en casa (él). Al principio a Carry le parece imposible de aceptar, le parece “una muerte anunciada” de la relación. Pero en realidad se da cuenta de que no les vendría tan mal, de que de esa forma el tiempo que se vieran después sería para ellos, para aprovecharlo de verdad juntos.
Ante esto, cada una de las chicas defiende su opinión: “Un matrimonio está hecho para que las dos personas duerman juntas en la misma cama cada noche”, “No tenéis hijos, ¿y ahora además vais a estar sólo 5 días juntos?”, “En realidad, el tiempo en el que estábamos de novios, pero vivíamos separados, fue el mejor, pero no sé si ahora volvería a ello”. Opiniones de todo tipo.
A mí el detalle me hizo pensar en mi propia historia, o en mi post con el título “Yo creía que...”. En este proceso de crecer, hacerse adulto y madurar, lo que ocurre es que uno va confrontando continuamente las ideas de la infancia y las de la sociedad con las propias, que se van formando poco a poco. Y después uno elige: ser fiel a las ideas de cuando era niño, seguir las tradiciones familiares, religiosas o de la comunidad, o buscar un conjunto de “ideas”, “fórmulas” o “principios” que se adapten a su propia forma de vivir y de pensar.
Tengo que admitir que este proceso no ha sido fácil. Me hubiera gustado seguir creyendo en las historias de Disney o en las de las series españolas “Al salir de clase”, como también acatar al pie de la letra las tradiciones familiares. Hubiera sido más fácil. Pero como no me funcionaba, he acabado por crearme una serie de “mandamientos personales” que rigen mi vida, y me ayudan a actuar siendo fiel a lo que considero más importante.
A veces no puedes seguir el “camino recto” como se supone que deberías hacer. A veces te das cuenta de que la persona con la que quieres compartir tu vida es de tu mismo sexo o tiene unas costumbres muy diferentes a las de tu familia, o es de una religión totalmente diferente o habéis decidido ni pasar por el altar, ni tener hijos, o ni siquiera vivir juntos, lo cual es durante muchos años centro de las críticas a tu alrededor. Pero como decía Carry: “Cada persona / pareja puede decidir qué reglas o fórmulas le/s funcionan, es algo que afecta sólo a esas dos personas”. Para reflexionar.

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